El éxito solo es el principio del fracaso


Cuando era pequeño y acudía a la antigua EGB, el colegio al que iba decidió participar en un concurso regional de dibujo. Entre los chavales que iban a los cursos que podían presentarse me eligieron a mí para representarlo. ¿Por qué me eligieron? Bueno, desde muy pequeño el dibujo fue una de mis grandes pasiones. Solía dibujar viñetas y superhéroes de los cómics que leía, y cuando lo hacía en clase enseguida se formaba en torno a mí un grupillo de chicos que miraban cómo iba dándole forma a su personaje favorito con un lápiz. Muchos de ellos empezaban a arrancar hojas de sus cuadernos y me los llevaban para que dibujase en ellos a Spiderman, Superman... Tal es así que habitualmente se formaba una pequeña cola, hasta tal punto que cuando la profesora entraba para dar clase tenía que gritar para poner orden y "salvarme" de los ávidos compañeros que insistían y se pelaban para que les dibujase su superhéroe. Así que decidí no dibujar demasiado "en público" o ante otros alumnos para no armar escándalo y que me riñeran a mí. De forma que cuando se celebró el concurso de dibujo era casi indudable que me seleccionasen a mí para participar.

Como no podía hacerlo en horario de clase, la profesora decidió "ayudarme" en los recreos, de manera que me quedé sin recreo varios días para tener que hacer el dibujo, algo que, por supuesto, no me hacía gracia en absoluto. Eso no es todo. Por mí hubiera elegido de tema para participar un superhéroe, que era lo que me gustaba, pero tanto la profesora como mi familia debieron pensar que eso no era muy atractivo, así que eligieron otro tema, un tema minero. La profesora me indicaba lo que tenía que hacer, cómo hacerlo y cómo dibujarlo. Creo que jamás vi tanto negro y tanto sombreado como en aquella ocasión, y hasta el día de hoy se me hace un nudo en el estómago cuando recuerdo la cantidad de sombreado y tonalidades negras que me hicieron poner en el papel. De hecho el dibujo parecía más bien en blanco y negro, no tenía color y, para mi gusto, era malísimo. No lo consideraba un dibujo mío, en realidad era parte una expresión de mis padres y parte una idea de la profesora, que me guió en el proceso, no digo que sin buena voluntad, seguramente puso todo su empeño, pero con bastante desacierto.



Cuando terminé "aquella cosa", un día, antes de celebrarse el concurso, me invitaron junto a mis padres a ver la obra. En una pared tenían expuestos una cantidad inmensa de dibujos. El mío estaba a un lado, colocado en un lateral de la esquina izquierda, y parecía más una mancha negra en la pared que otra cosa. Por supuesto ni qué decir tiene que no gané. Me concedieron un diploma que se guardó mi padre, y nada más.

Eso fue un alivio para mí: por fin me dejarían en paz tanto el colegio, como la profesora como mis padres. Todos tenían la esperanza de que ganaría, y yo me sentía con una presión enorme encima. Por fortuna no gané, porque si lo hubiera hecho no sé qué habría pasado, ya que con aquel dibujo no estaba nada contento.

Fue tal la huella que dejó en mí ese acontecimiento que cuando, a los pocos años, nos mudamos de colegio, jamás volví a querer destacar en el dibujo. Ciertamente tenía buenas notas, pero ya nunca se repitió aquello de ser el centro de atención.

Cuando tiempo después empecé a hacer mis primeros trabajos "serios", decidí adoptar el nombre de Reflejo, para poder disfrutar del anonimato. Nunca me volví a presentar a ningún concurso -ni me apeteció nunca hacerlo-, y nunca quise volver a ser jamás "el artista que pinta muy bien".

Aunque mis padres se llevaron, como dije, una gran decepción (creo que mi padre llegó a decir que no era tan buen dibujante), eso me supuso el que en casa también me dejaran un poco en paz. Ciertamente mis hermanas y hermanos siempre aceptaron y asumieron que yo dibujaba bastante bien, pero nada más.

No quiero ni pensar lo que hubiera supuesto ganar aquel concurso o ser semifinalista. Por supuesto, hubiera estado feliz si llego a ganarlo, pero si llego a ganarlo a mi modo, con el dibujo que a mi me apeteciese hacer y como me apeteciese plasmarlo, no el dibujo soñado por mis padres ni diseñado por mi profesora. No se si me hubieran dejado hacerlo a mi gusto y si como yo quisiera hubiese acabado en mejor lugar, pero al menos me hubiera sentido más satisfecho conmigo mismo. Por eso -y por otras razones- para mí es tan importante la forma de dibujar personal y la impronta de cada uno, que defiendo sin cortapisas.

¿A dónde quiero llegar con todo ésto? A un consejo: padres y educadores, dejad a vuestros hijos o alumnos aprender a fracasar (o a ganar) por ellos mismos. No repitáis en ellos vuestras frustraciones o queráis cumplir en su piel vuestros sueños. Ellos tienen su propia historia, y tienen todo el derecho de escribirla como quieran, a su modo.